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Foto del escritorCarolina Pretel

El placer de no leer a ciegas

Estoy a punto de darle una nueva oportunidad a El Aleph (el dato: aprendí que es el álef no el aléf como casi siempre lo pronuncian y la herencia de la correcta pronunciación viene del mismísimo autor).


Hace unas semanas me levanté de la cama y decidí ir por Borges a la librería, yo tampoco sé el porqué, pero la cara del dependiente después de decirle que ese era el libro con el que iba a empezar mi recorrido con el argentino fue de un jugoso susto más que de admiración.


Cuando terminé el último cuento (que lleva por nombre el título del libro y el único que leí) me quedé con la sensación de que tal vez esperé más, con lo renombrado e intrincado que dice ser, me quedé esperando. Aunque debo decir que el tema me fascina en lo absoluto: el infinito dentro del infinito, el dios de Spinoza, del todo en todas partes; y sin embargo, no pasó de un buen rato. Me dije, vamos tal vez tuvo que ser así, al día de hoy ya has leído y visto muchas piezas referentes a lo mismo con lo que probablemente mi capacidad de asombro ha ido decayendo. Me quedé un poco triste, de ser así, es un final agridulce para algo que ha sido mi encanto por tantos años.


No fue hasta unos tres días después que vi que un viejo amigo, escritor y profesor, iba a dictar un curso de entendimiento borgeniano para dummies, entré a la primera clase y he aquí la prueba.


Hay algo de la lectura en conjunto y sobre todo guiada que hace que se ilumine el cerebro, como una especie de píldora del despertar; El enigma de Edward Fitzgerald había sido elegido por la teoría del caos para ser el pastel de bienvenida a esta especie de sabiduría extraña otorgada a estos humanos agonizantes en el intento de guardar una buena relación con el autor. El honor de esta grata sapiencia se lo lleva Camilo, mi viejo amigo y guía clave hacia la luz.


La educación es necesaria para lo que sea que quieras hacer; la que es buena, la que es de verdad, te da las herramientas esenciales para que las sigas aplicando y puedas continuar, esta vez por ti mismo.


Así que volví a abrir El Aleph y esta vez empecé desde el principio (tal vez así tuvo que haber sido siempre, pero no habría cabida a toda esta reflexión). El primer cuento con el que abre El Aleph, es el Inmortal (el miedo a la eternidad en un cuento).


Volví a sonreír al terminar, otra vez le había encontrado el gusto a algo que creí perdido; y ahora me encuentro aquí deseando que todos tuvieran la suerte de encontrar a Camilos guías que les ayuden a saborear mejor lo incomprensible del arte que se cruza en el camino.


Como dice más o menos Taibo: puede que el arte no te vuelva ingeniero, arquitecto, médico o contador, pero te hace ser más humano y más persona.







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